- No, señor Juez, no hay acuerdo posible
La primera audiencia llegaba a su fin, tan rápido como fue la decisión de separarse. Un matrimonio se gesta por el amor y la comprensión de una pareja y su perpetuación, de varios factores entre ellos la fidelidad y la tolerancia. Un matrimonio de años seguramente vivió en algún momento diferentes vicisitudes reales y virtuales, que se sobrellevan simplemente por la serenidad y la seriedad de los miembros. Cuando una de las partes no concuerda con la otra, normalmente y por la vida del matrimonio, calla y acompaña. Cuando las dos partes no toleran el pensamiento del otro y le cierran la puerta a la convivencia feliz, suele comenzar a desarrollarse el camino que conlleva indefectiblemente al final del matrimonio.
- Señor Marcelo Antonio González, Señora Miriam Mabel Román, no habiendo podido conciliar a las partes para llegar a un divorcio de mutuo acuerdo, doy por finalizado este acto.
Marcelo tomó su carpeta y se retiró junto a su abogado, el Doctor Martín Méndez. Miriam esperó dentro del salón, junto a la abogada, la Doctora Catalina San Esteban. El ascensor no llegaba. A una hora determinada en los edificios del centro, se arman largas colas para subir o bajar en el ascensor y estaban exactamente en la hora del almuerzo. Marcelo miraba incesantemente el reloj y manifestaba unos nervios incontrolables.
- ¿Qué le pasa Marcelo? Preguntó el Doctor Méndez
- Nada, venir al centro es un caos, hay miles de personas por todos lados, el mundo por acá vive apurado, nervioso….
- Pero a usted se lo nota aún más nervioso, Marcelo.
- Puede ser doctor, se me está haciendo tarde.
- ¿Y hasta dónde va, Marcelo? ¿Lo puedo acercar?
- Voy a Mataderos, a la cancha. Hoy juega Chicago…
- Lo acerco y ya que está vamos charlando de cómo seguimos con el tema del divorcio.
Las veredas atestadas de gente, todos los bares desbordados de clientes, las calles llenas de autos que van y vienen, el tránsito era un caos y el horario del partido se acercaba tan rápido, como aumentaban los nervios de Marcelo.
- ¿Dónde estacionó Doctor, en Liniers?
- En la próxima esquina, en un estacionamiento cerrado.
Las cuadras se hacían interminables, Marcelo bajaba al pavimento, caminaba cinco pasos, subía a la vereda y así sucesivamente. Ya en el auto, el Doctor Méndez le afirmó
- Está más nervioso por llegar al partido, que por el divorcio con su mujer.
- …….
Marcelo se mantiene en silencio y vuelve a mirar la hora.
- ¿Escuchó lo que le dije?
- Sí, lo escuché. ¿A usted le gusta el fútbol, Doctor?
- No, yo juego y disfruto del tenis.
- ……
Otro silencio y una típica contestación futbolera
- Se da cuenta Doctor, cómo usted puede entender mis nervios, mi pasión, mis ganas de llegar a la cancha y comerme un chori con los amigos alrededor del República de Mataderos, preparándome como para ir a misa. ¿Usted se imagina lo que significa Chicago para mí?
- Como no me gusta el fútbol, la verdad no me lo imagino.
Mientras manejaba rumbo al oeste, el Doctor Méndez intentaba entender la pasión de Marcelo por El Torito. No comprendía como el día que iba a juicio de divorcio con su mujer, estaba tan preocupado por llegar a ver un partido de fútbol.
- Usted tiene que entender que mi cuna fue verde y negra, desde el mismísimo día que nací sentí que Mataderos era mi lugar en el mundo y Chicago era la pasión de mi vida.
- ¿Su esposa lo entendió y lo aceptó así?
- ¡Qué va a entender esa perra…!
Se lo notó contrariado con la pregunta, el Doctor Méndez había tocado un punto álgido en la vida Marcelo.
- Nunca lo entendió, ella viene de un barrio “cajetilla”, de jugar al vóley, de viejos intelectuales. Pero vio como es el amor Doctor. Un día en un cumpleaños, nos presentó una amiga en común, nos gustamos, nos enamoramos, nos pusimos de novios. A los seis meses nos casamos y el primer fin de semana después de la luna de miel, me quiso organizar la vida y ya hubo quilombo.
El Doctor Méndez manejaba y escuchaba azorado el comentario pasional de Marcelo.
- Al principio tratábamos de caretear la situación. Hasta que un día ella me dijo: ¿Chicago o yo?
Frenó el auto junto al cordón y me preguntó con miedo:
- ¿Y usted qué le respondió?
- No le respondí, me fui a la cancha con mis amigos, ese día El Torito jugaba en La Plata y fuimos con la camioneta del Chato.
- ¿Usted se fue y dejó a su esposa llorando?
- Lloró un par de días y nos distanciamos dos semanas.
La vida en pareja entre Miriam y Marcelo fue complicada desde el primer día y si habían llegado al año, fue pura causa del destino.
- ¿No entiendo cómo llegaron a pasar el año de matrimonio?
- Yo tengo una teoría Doctor, si llegamos a un año me imagino que es porque teníamos una señora que planchaba
El Doctor lo miro seriamente.
- ¿Y qué tiene que ver la planchadora, Marcelo?
- Mire Doctor, yo le perdoné desplantes, escándalos, comida quemada; hasta le perdoné una infidelidad, cuando estábamos separados anduvo con el hijo de la Gorda Lina, la chusma del barrio, sabiendo que todos se iban a enterar.
- ¿Su esposa le fue infiel? Pero usted no me lo dijo nunca
- Porque la perdoné Doctor, le perdoné hasta los cuernos, pero hay cosas que no se perdonan.
Un silencio se apropió de ambos, el ambiente en el interior del auto era tenso
- Sabe lo que es caminar por el barrio y que digan, “ahí va el cornudo”. No me importó la perdoné igual Doctor y le perdoné muchas cosas más, pero todo tiene un límite, porque la muy turra, el día que no vino, la persona que planchaba, no tuvo mejor idea que agarrar la muda de ropa y ponerse a planchar.
- ¿Pero qué tenía de malo que le planche la ropa?
- De malo no tenía nada Doctor. De malo no tenía nada…
Marcelo toma aire, totalmente contrariado
- ¡Da malo no tenía nada, si la muy turra no me hubiese quemado con la plancha, la camiseta número diez del Gomito Gómez…!
Fuete: Mundo Ascenso | Eduardo J Quintana @ejquintana010